En
una interesante ponencia de Marcos Urarte (Director General del Grupo Pharos),
referida a la competitividad en las empresas, le escuche decir que las
organizaciones, suelen contratar a las personas mayormente por lo que saben, no por como
son. Más tarde, si se les despide, el motivo: por como son.
Si
nos paramos a pensar en ello, podríamos afirmar que ciertamente así es, en una
gran parte del los casos.
La situación actual, lo que
se ha denominado cambio de época, ha provocado afortunadamente, un significativo e importante cambio en el
mundo laboral.
Las empresas han comenzando
a valorar a la Persona, no solo: por lo
inteligente que puede ser, por su formación y experiencia; sino por otros
conceptos ligados a diversas habilidades recogidas dentro del término
denominado: Inteligencia Emocional, que hace referencia a la
forma sobre como nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás.
Donde se puede llegar a
considerar que los aspectos ligados a la formación y a la experiencia
(relativos al conocimiento), podrían pasar a un segundo plano respecto a la
Inteligencia Emocional, en cuando a
identificar el rendimiento laboral de
una persona.
En definitiva, la inteligencia
emocional, cada vez está teniendo más importancia en la empresa.
Daniel Goleman (Psicólogo autor del
best-seller Inteligencia Emocional
libro cabecera), dice que: “la importancia de saber manejar este concepto en
la organización, va a permitir calcular
las posibilidades de éxito de un individuo con mayor precisión que si sólo
evaluaran su coeficiente intelectual. Un aspecto clave cuando contar con los
mejores profesionales, cada vez es más importante para sobrevivir en el actual
entorno económico”.
Donde, de entre los múltiples estudios
realizados por este psicólogo, quisiera hacer referencia a uno de los múltiples ejemplos sobre el
desempeño profesional de antiguos compañeros de colegio, en el que se demostró
lo siguiente:
“El mejor de la clase, con un alto grado de coeficiente
intelectual, ha resultado tener un éxito laboral inferior a otro alumno que era
un estudiante promedio. La diferencia entre ellos radica en que el segundo es
capaz, no sólo de controlar sus propias emociones, sino también de influir
positivamente en los grupos de trabajo. Todos quieren trabajar con él”.
La incorporación al mundo laboral
implica entornos competitivos donde nos vamos a encontrar a personas muy
similares en lo que a inteligencia del conocimiento se
refiere. Es aquí, donde la inteligencia emocional nos puede ayudar, aportar
valor (diferenciarnos).
Pero ..., y este otro
tema, nadie nos lo ha enseñado. Desafortunadamente y a día de hoy, tanto
escuelas como universidades (en una gran parte), no contemplan la importancia y
la relevancia que puede suponer, incorporar en sus planes formativos, la
educación emocional.
Siguiendo con Goleman: nuestra inteligencia emocional determina la capacidad
potencial de que dispondremos para aprender las habilidades prácticas basadas
en los siguientes cinco conceptos: la conciencia en de uno mismo, la
motivación, el autocontrol, la empatía y la capacidad de relacionarnos.
Competencias que debemos ser capaces de
trasladar, como diferencial potencial, al mundo laboral.
Es en este punto donde quisiera
destacar algo realmente importante y que considero pieza fundamental para poder
poner en práctica todo lo que se ha detallado anteriormente relativo a la
capacidad potencial de la Inteligencia Emocional, y es el papel que va a
jugar nuestra actitud en
todo ello, ya sea en la vida profesional como en la personal.
Como ejemplo, hago referencia a la
fórmula que describe Victor Küppers en
su libro Vivir la vida con sentido (muy recomendable su lectura) y que
comparto totalmente, donde le valor de una persona viene determinado por:
V= ( C + H ) * A
Siendo:
- V = Valor de una Persona
- C = Sus conocimientos
- H = Sus habilidades
- A = Su actitud
C y H suman, es importante tener conocimientos y
habilidades que se irán desarrollando en el tiempo, cuanto más tengamos y
acumulemos mejor. Pero, el factor diferencial, va a ser la Actitud con
la que nos implicamos, multiplica no suma.
Todas van a ser importantes pero debemos ser muy
conscientes del impacto que, la variable Actitud, va a suponer en dicha
fórmula.
Porque será la responsable de provocar que las cosas
pasen.
Desde mi
punto de vista y por mi experiencia,
las Personas tenemos que ser capaces
de manejar de manera eficaz, estos tres ejes: (Saber / Saber Hacer / Querer
Hacer)
SABER.- Conocimientos. Experiencia
SABER HACER.- Habilidades
Clave
QUERER HACER.- El
componente personal: Actitud y Motivación.
Donde el entorno tan dinámico y competitivo en el que nos
encontramos, ha obligado a incorporar otro nuevo eje fundamental: TENER QUE
HACER.
Como bien dice Küppers en su libro:
“Uno no es una grandísima persona por sus
conocimientos, por sus habilidades, por su experiencia, lo es por su manera de
ser, y esta, se va a manifestar por sus actitudes”.
Y lo más importante, es que cada uno es el
responsable de decidir la actitud que
desea tener, en definitiva: de su manera de ser.
Concluyo con otro comentario de Marcos de esa misma
ponencia que obliga a la reflexión: “Las empresas de hoy, no solo contratan
a un directivo por su inteligencia y conocimiento, sino por su capacidad para
tomar decisiones acertadas y por la capacidad de incertidumbre que puede
soportar”.
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